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Mi Tejido
Blog de dianarodriguezp
30 de Abril, 2007 · General

Mi Carta Abierta.


 

El 26 de enero tiene que tener algo de magia. A principio de siglo se encontró el diamante más grande del mundo en África; en el ciencuenta y cinco y el cincuenta y seis, nacieron dos hermanos; y para el noventa y uno, uno de ellos decidió hacer de las suyas y engendrar un hijo con una mujer santandereana. Sí, todo esto, aunque en años diferentes, tuvo lugar el mismo día.

Los cumpleaños siempre son un evento y no sólo porque es necesario tener tres tortas diferentes, sino porque es una oportunidad que sirve, o más bien servía, como excusa para reunir a la tan separada familia Rodríguez. Cuando estaba más pequeña mis tíos, mis abuelos, primos y otros familiares, solían venir a mi casa para celebrar esta fecha, pero hace ya algún tiempo que dejamos de hacerlo por varios motivos que no creo pertinentes para la finalidad de esta carta. Hoy en día es muy raro vernos las caras seguido, de hecho hace algunos meses Sandra se vio obligada a hacer un reunión de primos, ya que según ella era increíble que no nos viéramos hace más de 10 años. Ese día se coló su esposo y mi tío Jaime; la pasamos bien, realmente extrañaba esas charlas familiares en las que eternamente discutíamos las coincidencias genéticas entre nosotros, los parecidos físicos y sobretodo emocionales. Esa noche la charla se extendió hacia entradas las cuatro de la mañana y me daba risa concluir que todos éramos tan parecidos, pero que teníamos destinos muy distintos. También me alegró darme cuenta que mi personalidad no ha sido por inercia, quiero decir que cuando me comparo contigo  o con mis hermanos me siento algo extraña, sólo siento una conexión muy grande con mi madre. Esa noche hablé mucho con mi tío, del que aunque tenía algo de noción acerca de su pasado entre bares, cafés, cigarrillos, cerveza, artesanías y música, nunca había caído en cuenta que éramos tan parecidos. Tuve que crecer para ver cómo me parezco a tus hermanos y yo sé que eso no te simpatiza mucho. Me contó historias de vivencia en la candelaria y nos reíamos cuando yo le contaba que esos lugares ahora eran locales en los que ofrecían Internet y llamadas a celular.

 

¡Qué sensación! Dichoso estaba mi corazón por escuchar de la boca de ese adulto a mi propia voz hablar. Ya en la madrugada, cuando a mis párpados les costaba quedarse firmes al igual que mi concentración disminuía al paso del minutero, propuse irnos a dormir. Pero esa noche, por más de que el sueño me invadía y nublaba mi capacidad de razonar, no pude conciliarlo  hasta casi cuando el cielo se despeja y los pájaros salen a dar el concierto matutino. Dormité reflexionando intranquila porque no encontraba explicación para la barrera que nos separa a ti y a mí. Somos tan diferentes que me duele y sufro cada vez que discutimos y dejamos de hablar por días consecutivos.

 

Yo no me explico por qué no soportas cosas que para mí resultan estúpidas No entiendo esa ira exagerada, ni tu mirada desorbitada acompañada de esas frases que nos ponen a mil metros de distancia, todo esto sólo porque no tendí la cama, o rompí un vaso o dejé mis zapatos tirados. Creo que esta última razón explica muchas cosas: tenemos un concepto muy diferente de la palabra errar, ya que esta no cabe en tu vida y en cambio en la mía es la regla. Sé que por este mismo pensamiento no te das el espacio ni la oportunidad de experimentar, de salirte de la rutina y vivir cosas fuera del trabajo.

 

Es chistoso cómo a medida que voy escribiendo comienzo a darme cuenta de muchas cosas y aunque esta carta sólo enliste cosas precisas, de las otras quiero – aspiro - que las deduzcas por tu propia cuenta.

 

Sólo quiero que sepas que me muero por algunos minutos de tu atención y a pesar de que sé que no me los niegas, ese tiempo tan pequeño que me dedicas son tan sólo décimas de segundo en mi vida. Qué ha pasado con las charlas de gramática que frecuentemente teníamos los domingos, qué hay de los sábados en el sofá en el que disfrutábamos comiendo torres de crispetas y viendo películas, o de nuestras salidas secretas para competir el primer puesto del devorador de helado de ron con pasas. Me hace falta tu bigote en la oreja haciéndome cosquillas, ahora este te lo has afeitado y aunque no niego que te veas mejor, siento que con él se fueron todas estas cosas.

 

Me dispongo a cruzar la puerta de tu oficina, y me aburre saber que te voy a encontrar consumido por el computador y filas interminables de papeles repletos de números; sé bien que nuestro saludo no va a pasar de un hola recíproco, tu estirarás tu cachete sin despegar los ojos de la pantalla del computador mientras sigues tu recital. “Un millón, quinientos cincuenta mil trescientos veinte, no, no, esto no me cuadra (…) Hola muñe (…) ¡Claro, ahí perdieron treinta pesos!”. Te confieso que cada vez me dan más ganas de sacudirte, de desperarte de ese ensueño y decirte que me mires. ¡Mírame papá, sólo mírame!

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publicado por dianarodriguezp a las 03:36 · 1 Comentario  ·  Recomendar
 
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Comentarios (1) ·  Enviar comentario
hola diana, me parecio genial tu blog, pues te expresas muy bien, y tienes una facilidad muy grande para escribir. te felicito mucho.
publicado por katherin villalobos, el 06.05.2007 20:45
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