Cheo y la loca en Girón.

En teoría no hay ninguna persona de mi familia a la que realmente no quiera mucho. Debo decir que no sólo la distancia espacial sino que también la emocional, hacen que no sienta nada lo suficientemente fuerte como el desprecio hacia alguno de mis familiares. Si no los quiero, mucho menos los odio. Sólo se me ocurre pensar en una persona, que por referencias de otra persona de la familia, me ha hecho sentir por él cierto tipo de fastidio. Creo que a mi tío Cheo – así le dicen y yo nunca he podido grabar en mi memoria su verdadero nombre- por mucho lo he visto siete veces en mi vida. Es un tipo alto y tiene un caminado que mi mamá define como “samapao’”, es decir que anda con la cadera mucho más adelante que la espalda, lo cual lo hace tener un aire de esos personajes sobrados, que creen que todo el mundo tiene que obedecerles y que “sus deseos son órdenes”. Su mal carácter lo hizo tener una infancia y una juventud difícil, tanto así que a los diecisiete ya era papá, y aunque pudo haber enmendado el error no quiso responder por su hijo y delegó a mi abuela, madre de 8 por cierto, a que lo cuidara y lo criara. También sé que ahí no acabó la historia y que decidió agrandar su legado, por lo que “tiene hijos en cada región de Colombia”, según los que lo conocen. Yo no lo juzgo ya que no conozco la razón por la cual hace lo que hace, pero sí me molesta cuando se mete con mi mamá. Es seguro que de las dos veces que hablan al año hay una en la que salen peleando y siempre es por alguna ofensa o mal comentario de parte de él hacia ella. Conmigo sólo ha tenido una “mala movida” y fue hace muchos años en Girón. Estábamos en una tienda comprando algo para refrescarnos. Mi mamá se levantó de la mesa para entrar al baño y me obligó a quedarme con ese señor de gafas oscuras y sonrisa torcida. Al principio todo iba bien porque no me había dirigido la palabra, me estaba dejando tomar mi líquido en paz. Pero no era posible tanta dicha. Recuerdo estar sentada tranquila cuando me sorprendió la cara de una loca que pedía una moneda para comer algo. Yo me asusté y mi Tío lo notó. Volteé la mirada y quise ignorarla hasta que ése señor le dijo que no tenía plata pero que tenía a una sobrina aburrida y que si quería se la regalaba. Yo rompí en llano y llamé desesperadamente a mi mamá, ella llegó enseguida. Cheo se estaba descociendo de risa, unas carcajadas burlonas que todavía retumban en mi cabeza. A mí mamá no le hizo mucha gracias y nos despedimos de él dando por terminada la salida mucho antes de tiempo. Creo que desde ese momento él dejó de ser mi Tío y por esta razón cada vez que lo veo no puedo evitar sentirme ajena a él, no sé quién es y para mí es tan sólo un desconocido.